lunes, 29 de septiembre de 2014

Naturaleza. El huerto de los abuelos

Vivimos en un piso en una ciudad a 15 minutos de la playa. La ciudad tiene sus cosas buenas. Puedo llevar a Ó a muchos parques cerca de casa. Podemos elegir entre varias opciones el día que Ó tenga que escolarizarse. Podemos ir a comprar sin desplazarnos. En diez minutos de paseo, nos plantamos en el centro y pasamos una tarde diferente. A 15 minutos del hospital. Centro de salud enfrente de casa. Vivimos en el anonimato en la ciudad, quitando de la calle donde vivimos, en la que se respira desde siempre un ambiente muy familiar y acogedor entre vecinos.
En la ciudad disfrutamos de muchas ventajas, pero cada vez que pienso en Ó doy gracias al universo por permitirnos gozar también de lo que es un pueblo pequeño.

Ó con los abuelos, la tía y Ator, en el huerto.
Mis padres viven en una casa en un pueblo de no más de 2500 habitantes que se encuentra a 45 minutos en coche de la ciudad donde vivo. Cada viernes, vamos a visitarlos y pasamos el fin de semana en su casa. Mi hermana y cuñado también. Allí no existe el anonimato. De hecho, puede que te cruces con alguna señora a la que no conozcas, pero debes dar por sentado que ella sí te conoce a ti. Y a tu marido. Y a tu bebé. A tus padres, abuelos, tios abuelos e incluso bisabuelos y hermanos de tus bisabuelos. Probablemente conozca mejor tu genealogía que tú, aunque a ti esa señora no te suene de nada.

¡Hasta sandías tenemos!


Probando los albaricoques del huerto.
¡Nada que ver!

En ese pueblo sólo hay una escuela. Dos carnicerías, dos "supermercados", un centro de salud con una ambulancia que tarda 50 minutos en llegar al hospital más cercano. Eso sí, hay cuatro peluquerías y 6 o 7 bares. No tenemos la playa cerca, ni falta que nos hace. Ó allí está en contacto directo con la naturaleza, y es algo que agradezco infinitamente. A cinco minutos de casa, mis padres tienen una extensión de terreno que trabajan desde hace unos años.

Por ahora, lo que hay es una casita pequeña con las herramientas de trabajo del jardín, una mesa con sillas, una chimenea, un fregadero y un mini aseo. Y tierra. Mucha tierra.
Hace pocos años, al heredar el terreno, que estaba muerto, mis padres plantaron allí todo tipo de árboles frutales y un pequeño huerto.



Ó y sus abuelos contemplando la
última cosecha de éste verano.
Adoro la felicidad que refleja Ó cuando ve que entramos por el camino pedregoso que nos conduce allí. Los árboles comenzaron a dar fruto el pasado año. El huerto también.
Hoy quería enseñaros cómo es un día allí.

Mis padres llevan el cuidado diario de los árboles, la tierra y el huerto. Pero un par de veces al mes, vamos todos a pasar la tarde y cosechar las verduras y frutas de temporada. A veces hay almendras, otras aceitunas, otras melocotones, nectarinas, melones... Casi a diario recogen guisantes, calabacines y judías. También hay plantadas frutas como kiwis, fresas, frambuesas, grosellas o arándanos, aunque este año no han dado mucho fruto. A mí me gusta hacer fotos de éstas cosas tan cotidianas a las que no damos importancia, y, como siempre, la fotógrafa queda fuera de plano y no sale en ninguna foto! Ahora me da lástima porque en las fotos del año pasado Ó ya estaba presente en el huerto dentro mi barriguita, y no queda constancia de ello!

Todos disfrutamos en el huerto, pero a Ó le enamora: Tocar la tierra seca y húmeda con sus deditos, intentar levantar piedras, comprobar que de cada árbol y cada planta nace un fruto diferente, probar las frutas (aún no le ha hecho asco a ninguna) y observar cómo el abuelo riega, la tía se agacha entre las hierbas o la abuela poda.

Me entusiasma que lo toque todo, que lo huela, que lo pruebe. Que se empape de ese ambiente del que nos separamos el domingo al llegar a casa y volver a la rutina y que quizá dentro de unos años sea él quién pregunte al abuelo si puede regar, o a la abuela por qué poda.

Tocando por primera vez un almendro en flor.
Nos basta con desplazarnos 50 kilómetros de casa para cambiar totalmente la forma de ver la vida.

Comer lechugas de casa, tomates, o comerse un melocotón directamente del árbol no tiene precio, y que Ó pueda disfrutar de tan pequeño de estas cosas lo considero un privilegio que todo niño debería tener.

Los nísperos crecen...
Es verlo así, sentado en la tierra, entre maizales
y morir de felicidad


2014 ha sido el primer año en el que hemos tenido
insectos benignos en el huerto, ¡Una buenísima
señal!








¿Qué os parece? Me encantaría saber si también tenéis huerto y cómo lo disfrutan vuestros hijos.
Un saludo!


2 comentarios:

  1. Hola!!!!
    Acabo de descubrir tu blog. Yo también tengo huerto y cuatro pequeñajos que lo disfrutan.
    Hace un par de años que hice un curso de huerto ecológico y deseé con toda mi alma plantar mis propias hortalizas.
    No te imaginas la de vueltas que tuve que dar hasta conseguir que alguien me alquilara un trocito de tierra. Vivo en un pueblo con mucho campo alrededor pero la gente es reacia a alquilar.
    Al final un señor me alquiló 50 metros cuadrados (es muy poquito), pero para cultivar para casa sirve. Además está a 1 km de nuestra casa, se puede ir caminando.
    Yo también enseño a mis hijos con Montessori.

    Un beso grande

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    1. Hola Mayte!
      Que suerte que tus cuatro peques puedan disfrutar de algo así cerquita de casa! Me alegro de que aunque te haya costado lo hayas conseguido, creo que es algo súper beneficioso en la crianza. Ó es muy pequeño pero ya se entusiasma cuando llega allí, debe de ser precioso compartirlo cuando son más mayores!

      Un abrazo, guapa

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